CASANDRA – Mito y Complejo

CASANDRA

POR LA LIC. ADA JIMENA MARCOS

Recuerdo una escena de mis 8 años. Cuando llovía en el pueblo, el aburrimiento se convertía en un enemigo permanente. Entonces, mi hermano mayor pasaba horas jugando a rebautizar a la familia con nombres ridículos. Desde las camas triples de nuestra pequeña

habitación, ubicado en la más alta -como corresponde al primogénito- me parecía que su nariz casi rozaba el techo. Desde allí enumeraba con sus finos dedos la lista extravagante, festejando cada hallazgo como quien encuentra una pepita de oro: “Papá podría llamarse Gervasio….Mamá Gertrudis, el abuelo Percival… ¿y vos? Ya sé…Vos podrías llamarte Casandra.”

  • EL MITO

En ese momento desconocíamos que Casandra era un personaje mitológico. Pero poco más tarde llegó la pasión por la mitología y el descubrimiento de esta figura; hija de Priamo y Hécuba, criada entre héroes de guerra, con hermanos varones como Héctor y Paris. Criada en la ciudad dorada, fue consagrada como sacerdotisa de Apolo. Pero el magnífico dios del sol se enamoró perdidamente y quiso poseerla. Ella accedió a cambio de que le fuera otorgado el don de la profecía. Apolo cumplió con su parte del pacto, pero cuando Casandra tuvo que hacer su entrega, se rehusó. Obtenido ya el don de ver el futuro, despreció al dios, y eso nunca es gratuito. Apolo le escupió en la boca y la maldijo: “conservarás el don de la profecía, pero nadie te creerá”.

Así fue que Casandra vaticinó la caída de Troya, el regreso del príncipe Paris, la trampa oculta en el interior del caballo de madera que los griegos dejaron como un anzuelo en la costa. Pero nadie le creyó. Tomada por loca, sus profecías atravesaron el océano y alcanzaron la trágica muerte de Agamenón. Él tampoco le dio crédito cuando se lo dijo y murió asesinado por su propia esposa.

Les propongo que escuchemos este poema de W. Szymborska, poeta rusa que escribe un monólogo de Casandra, donde la mujer que nunca fue escuchada eleva su voz para contarnos su propia historia.

MONÓLOGO DE CASANDRA

Soy yo, Casandra.

Y ésta es mi ciudad bajo las cenizas.

Y éste es mi bastón y éstas mis cintas de profeta.

Y ésta es mi cabeza llena de dudas.

Es verdad, triunfo.

Mi cordura llega a golpear el cielo con un rojo resplandor.

Sólo los profetas que no son creídos tienen esas vistas.

Sólo aquellos que empezamos a hacer mal las cosas, y todo podría haberse cumplido tan pronto

como si nunca hubieran existido.

Ahora recuerdo con claridad

como la gente, al verme, callaba en mitad de la frase.

La risa se cortaba.

Se separaban las manos.

Los niños corrían hacia sus madres.

Ni siquiera conocía sus efímeros nombres.

Y esa canción sobre la hoja verde… nadie la terminó en mi presencia.

Yo los amaba.

Pero los amaba desde lo alto.

Desde encima de la vida.

Desde el futuro. Un lugar siempre hay vacío de donde qué más fácil que divisar la muerte.

Lamento que mi voz fuera áspera. Mírense desde las estrellas -gritaba-, mírense desde las estrellas.

Me oían y bajaban la mirada.

Vivían la vida. Llenos de miedo. Condenados.

Desde que nacían en cuerpo de despedida. Pero había en ellos una húmeda esperanza,

una llama que se alimentaba con su propio parpadeo.

Ellos sabían que era un instante, fuera el que fuera

antes de que… Yo tenía razón.

Sólo que eso no significa nada.

Y éstas son mis ropas chamuscadas.

Y éstos, mis trastos de profeta. Y ésta, la mueca de mi rostro.

Un rostro que no sabía que pudiera ser hermoso.

WYSLAWA SZYMBORSKA


  • CASANDRA Y LA MUERTE

Retomo esa conmovedora frase de Szymborska donde Casandra dice “Un lugar siempre hay vacío/donde qué más fácil que divisar la muerte”. La sacerdotisa camina por las calles de Troya e infunde el terror, que no es lo mismo que respeto. Terror es lo que hace temblar y ¿qué nos lleva directamente a la experiencia del temblor en nuestra vida? La muerte. Casandra, desde que obtiene el don de la profecía, vive en una constante consciencia de muerte. Sabe que todos morirán, sabe que ella misma morirá, sabe que Troya se volverá cenizas.

Una de las mejores obras sobre Casandra es la que escribió la maravillosa escritora polaca Christa Wolf. Allí se empuña una obstinada primera persona, un monólogo dramático donde Casandra recapitula su vida mientras se encamina a las costas griegas como cautiva de Agamenón, directo a su muerte. Leamos fragmentos:

“¡Que no sepan vivir! Esa es la verdadera desgracia, el auténtico peligro de muerte…sólo lo he comprendido muy poco a poco. ¡Yo, la adivina! ¡La hija de Príamo! Cuánto tiempo fui ciega para lo evidente: que tenía que elegir entre mi abolengo y mi oficio. Cuánto tiempo estuve llena de miedo ante el horror que yo, si era imparcial, tenía que despertar entre mis gentes”. (Wolf, C- Casandra- Pág. 14)

No existe un momento más pleno de vida que cuando nos inunda la consciencia de muerte. Casandra está intensamente viva porque sabe que la muerte existe, lo sabe con todo su cuerpo. Sostener ese saber, esa imparcialidad de la muerte, hace temblar nuestro pequeño mundo de seguridades. El horror que inspira Casandra entre sus gentes proviene de ser portadora del memento mori (recuerda que morirás). La muerte, más compañera de camino que meta lejana. Sí, …la muerte: por mucho que nos refugiemos en nuestras neurosis para negarla, existe. Casandra dirá:

“¿Qué llamo estar viva? Lo que llamo estar viva. No retroceder ante lo más difícil, cambiar la imagen de sí misma. (…) Miedo a la muerte. Cómo será. Será mi debilidad la prepotente. Asumirá mi cuerpo el dominio de mi pensamiento. Ocupará sencillamente el miedo a la muerte, con un poderoso empuje, todas las posiciones que ha arrebatado a mi ignorancia, mi comodidad, mi altivez, mi cobardía, pereza, vergüenza. Acabará con todo, conseguirá arrastrar hasta el propósito para el que, en mi camino hacia aquí, busqué y encontré la fórmula: no quiero perder la consciencia hasta el final”. (Christa Wolf- Casandra- pág. 25).

Casandra es testimonio y testigo de la muerte. Es esa doble posición: dentro de la muerte, como testimonio encarnado de ella; y fuera, como testigo privilegiado y condenado, maldito de todas las muertes; allí es donde Casandra se eleva y podemos oírla diciendo:

“(…) cuando mi corazón, que hacía tiempo no sentía nada ya, se hizo de pausa en pausa más pequeño, más firme, más duro, una piedra dolorosa que no podía exprimir ya; entonces estuvo listo mi propósito, fundido, templado, golpeado y forjado, como una lanza. Seguiré siendo testigo aun cuando no haya un solo ser humano que me pida mi testimonio.” (C. Wolf- Casandra- pág. 26).

En el libro de Wolf, este propósito de atestiguar hasta el final todas las muertes, incluso la propia, es lo que lleva a Casandra a rechazar la oferta de Eneas -su gran amor- para escapar de Troya. No hay reproches, ambos saben que sus caminos son distintos. Y sobrevivir a una guerra tiene -también- su precio. Casandra es entregada a Agamenón para navegar directo a su muerte en una tierra que no es la suya. Sin embargo, está viva. Come, canta, reflexiona, siente el asesinato de cada uno de sus hermanos como propio, siente la caída de Troya tan fuerte y parecida a la decrepitud de su padre, intenta modificar los acontecimientos, lucha y padece lo que sabe. Testificar, aunque ese testimonio no sea pedido, ni escuchado por nadie ¿Cuánto debe morir para entender que la verdad no depende de otros? ¿Cuánta muerte hay que atravesar para que la verdad llegue hacia sí misma? Siento a Casandra en ese movimiento brutal de encarnar la verdad pasando por todas las instancias posibles: la lucha, la negación, la identificación, la humillación, la renuncia dolorosa, las muchas muertes.

Poema de Inger Christensen

  • EL DON DE LA PROFECÍA

 ¿Por qué quise sin falta el don de la profecía?”, se pregunta Casandra. Y se responde: “Hablar con mi propia voz: lo máximo. No quise más, ninguna otra cosa. En caso necesario podría demostrarlo, pero ¿a quién? (…) Un motivo para reírme, si lo hubiera todavía: que mi tendencia a justificarme hubiera acabado poco antes que yo misma”. Me resulta curioso que ella, que quería hablar con su propia voz, deseara más que nada el don de la profecía. En los dones habita el dios, el daimon. En la profecía son los dioses, en este caso Apolo, quienes hablan a través nuestro. En esa contradicción anida el asunto. El don era la negación de su deseo: para tener la profecía debía dejarse tomar por una voz otra, la de Apolo.

Aquí viene a cuento la escena donde Apolo pide como intercambio por el don, un encuentro carnal. Quiere “poseer” a Casandra. Pero ella se niega. Allí acontece la maldición:

“Apolo, el dios de los adivinos. Que sabía lo que yo deseaba ardientemente: el don de la profecía, que me otorgó con un gesto en realidad casual, no me atreví a sentirlo: decepcionante, sólo para acercarse luego a mí como hombre, transformándose para ello -creo que sólo a causa de mi espantoso terror- en un lobo, que estaba rodeado de ratones y que me escupió furioso en la boca, al no poder forzarme. De esta forma que, al despertarme asustada, sentí en la boca un gusto indeciblemente repulsivo.” (C. Wolf- Casandra- pág.19).

Si leyéramos esta escena desde la perspectiva de género, veríamos allí la repetida y doliente situación que hemos vivido las mujeres al rechazar a un hombre poderoso que ofrece sus dádivas a cambio de poseer un cuerpo. Si osábamos (y lográbamos) rechazarlo, éramos malditas, locas o miserables; igual que Casandra. Sin embargo, me interesa ir al trasfondo simbólico de este momento del mito donde se despliega la contradicción: Casandra desea algo y no parecer saber realmente lo que implica, lo anhela ardientemente, lo convoca; pero cuando lo tiene no puede tomarlo o dejarse tomar por ello. Dejarse tomar por Apolo, en términos simbólicos, es permitir que sea el daimon quien hable; es pagar el precio del don que le estaba siendo otorgado a costas, incluso, de sí misma. La escisión interna en la propia Casandra se refleja luego en la situación -totalmente ambivalente- de ser profetisa, pero no resultar creíble, de anunciar catástrofes que nadie toma en serio, pero a fin de cuentas suceden. Esta situación de contradicción interna se retrata maravillosamente en el mito.

Pongamos sobre la mesa un sueño que Christa Wolf pone en la psique de Casandra:

“Iba sola por una ciudad que no conocía; no era Troya, pero Troya era la única ciudad que yo había visto antes. Mi ciudad soñada era mayor, más extensa. Sabía que era de noche, pero la luna y el sol estaban en el cielo al mismo tiempo y se disputaban el dominio. A mí me habían nombrado árbitro no se decía por quién: sobre cuál de los astros del cielo brillaba más. Había algo equivocado en aquella competición, pero, por mucho que me esforzara, no podía averiguar qué. Hasta que, descorazonada y deprimida, dije que todo el mundo sabía y podía ver que el sol el que brillaba más ¡Febo Apolo! exclamó triunfante una voz, y al mismo tiempo, para espanto mío, Selene, la querida señora de la luna, se hundió en el horizonte lastimera. Aquello era un juicio sobre mí, pero cómo podía ser culpable si sólo había dicho la verdad” (C. Wolf- Casandra- pág. 91).

Que el sol y la luna estén juntos en un mismo momento parece una contradicción, así como lo es que sea de noche, pero el sol brille más y así como lo es que se tenga el don de la verdad absoluta, pero nadie nos crea. Podemos decir mucho de este sueño, pero me interesa recortar la intervención de Arisbe, un personaje del libro que acompañó a Casandra en momentos muy claves. Ella le dijo a la joven troyana que el problema del sueño era su excesiva preocupación por buscar una respuesta a una pregunta totalmente equivocada. Así es, una respuesta a una pregunta equivocada ¿Y cuál es esa pregunta?: ¿Cuál de los astros brilla más? o ¿Por qué soy culpable si sólo digo la verdad? Ambas preguntas son equivocadas. La primera porque implica poner en competencia dominios y lógicas distintas, la segunda porque decir la verdad no tiene que tener por consecuencia forzada no ser culpable. Y tal vez la única pregunta que merecía una genuina respuesta de parte de Casandra, es la que encabeza este apartado “¿Por qué quise sin falta el don de la profecía?”. Esa respuesta, como una herida surcando, podría ser -paradójicamente- capaz de cerrar la escisión en Casandra y ponerla a la altura de su propia posición.

  •  LA HIJA DEL PADRE

Quisiera abordar otra complejidad del mito de Casandra y es su intrincada relación con el mundo de los hombres. Etimológicamente, el nombre de nuestra protagonista significa “la hermana de los hombres” o “la que enreda a los hombres”. La descendencia de Hécuba y Príamo fue numerosa, entre sus hijos figuran Héctor, Paris, Troilo, Heleno y, por supuesto, Casandra. Apolodoro les atribuye 14 hijos y Eurípides más de 50. Troya es un mundo de hombres, Grecia también ¿Qué nos dice el significado del nombre Casandra sobre este mito? En principio, creí comprender que el drama de Casandra era el de ser una mujer en un mundo masculino. Es decir, cómo puede una mujer validar su propia voz en un universo donde las voces aceptadas son las de los hombres. El don de la profecía y su ardiente deseo por él, me parecían un anhelo compensatorio de quien desea ser reconocida por sobre todas las cosas.

Que el saber representado por una mujer fuera tildado de locura, de distorsión, de pérdida de juicio, no me sorprendía. Sin embargo, si le hacemos justicia al mito, el descreimiento del saber de Casandra viene luego de la maldición propinada por Apolo y no antes. Porque Casandra, sobre todo, era hija de su padre Príamo. La favorita. Así lo cuenta Christa Wolf y -más allá de su rigor histórico- me parece de sumo interés imaginar a una Casandra que lejos de ser apartada por el mundo masculino, habitaba en él apoyándose en las rodillas de su padre y escuchando sus debates políticos. La que realmente mandaba, sentada en su megaron era Hécuba. La fría Hécuba, que hacía lo que debía hacerse, que miraba con sus ojos penetrantes todo lo que la rodeaba y solo la guerra, la larga guerra, logró marchitarla como una pequeña hoja del otoño. Casandra tenía los favores de su padre y aún más, su padre la necesitaba, buscaba su apoyo y consuelo. Podemos decir que, en un mundo patriarcal, ser la “hija de” puede ser uno de los pocos refugios para las mujeres. Sin embargo, me interesa dejar en paréntesis las lecturas -inevitables por otro lado- desde la perspectiva de género, para habitar plenamente un nivel simbólico. Leamos otro fragmento de “Casandra”:

“La reina, me dijo mi padre en una de nuestras horas de intimidad, Hécuba sólo domina a los que se dejan dominar. Ama a los indomables…de golpe vi a mi padre bajo otra luz. Entonces ¿lo amaba Hécuba? Ay… En otro tiempo, también mis padres fueron jóvenes. A medida que la guerra avanzaba, dejando al descubierto las entrañas de todos, el cuadro volvió a cambiar. Príamo se volvió cada vez más inabordable, más rígido, pero sin embargo se dejaba dominar, aunque no por Hécuba ya. Hécuba se volvió más blanda, pero al mismo tiempo inflexible. A Príamo lo mató el dolor por sus hijos, antes aún de que el enemigo lo atravesara. Hécuba, desgarrada por el dolor, se volvió de un año de infortunio en otro más compasiva, más viva. Como también yo. Nunca estuve más viva que en la hora de mi muerte, ahora.” (C. Wolf- Casandra-pág. 24 y 25).

La Casandra de Christa Wolf va desmontando a ese padre que no sólo cae en Troya, sino también en su interior. Príamo se volvía cada vez más quebradizo y la hija dilecta hacía esfuerzos por sostener una imagen que era apenas un pálido estandarte, un símbolo de poder roído por la guerra y el dolor. Otra vez la contradicción, Casandra. Otra vez algo que no concuerda con su propia condición. Y allí el trabajo de encontrar la correspondencia entre las cosas, la sangre psicológica que corre para cauterizar las muchas ilusiones. Casandra confesará, en su diálogo interno con su hermana Polixena, que ella necesitaba esa definición de “hija del padre”. Polixena, no:

“Para qué vivo aún, si no es para saber lo que sólo se sabe antes de morir. Políxena, creo, se hundió horriblemente de aquella forma desmesurada, porque ella no era la hija favorita del rey, sino yo. Porque esa era la frase de la que yo había vivido demasiado tiempo. Que tenía que ser verdad. Que no se podía tocar” (C. Wolf-Casandra- pág. 101)

Pero lo que no se podía tocar, la vida misma lo tocó, lo desplegó, lo puso en jaque como el caballo de Troya devorando desde adentro la dorada ciudadela. Cuando pienso en Casandra, vienen a mí las tantísimas situaciones que tuvo que soltar y destruir para estar a la altura de su don: el saber sobre lo único claro del futuro, la muerte. Tuvieron que morir todos los hermanos, todos los troyanos, todas las amazonas, sus padres, su patria, su lugar de favorita. Éste comenzó a caer cuando la joven se presentó en el consejo que deliberaba sobre la guerra inminente diciendo que esa batalla estaba perdida. Ella, la hija favorita de Príamo, desafiándolo en el consejo. Ya tenía el don de la profecía y su maldición a cuestas, ya por entonces nadie le creía. Hicieron falta al menos dos oportunidades más y un crudísimo encierro en las mazmorras más oscuras para que Casandra se desprendiera, como una serpiente de su vieja piel, de ese lugar de favorita.

Decir la verdad, aunque eso implicara herir de muerte al padre (al padre real y al padre interiorizado, simbólico), y con esa herida desangrar el lugar donde moró la propia identidad…Casandra, qué difícil. La terrible imparcialidad de quien ve lo que vendrá, cuánto costó obtener ese rasgo y dejarse tomar definitivamente por Apolo.

El dios del sol, lejano y distante, dueño del arco y las flechas, de la sonora lira, que se alejaba aún más a la región de los Hiperbóreos para rejuvenecer: Apolo era un dios de las distancias. Dejarse penetrar por esa cualidad era el único modo de sostener el don de la profecía ¿O acaso se puede mantener la ciega lealtad al padre y la verdad imparcial y soberana? Tomar el don era -también- dejar que talle un surco en el interior, que mate aquello que estaba en profunda contradicción con la verdad. Casandra debía soltar su ciega adhesión al padre, ese lugar en el que había ubicado su identidad y le impedía sostener la verdad.

Podemos imaginar, lo que implica para una mujer dejar ese refugio. Y no sólo por perder la protección del padre en una sociedad patriarcal, sino por soltar un punto de anclaje para la propia construcción interna. El padre es más que la figura de carne y hueso, es un modo de ver el mundo, un engrama arquetípico, un conjunto de opiniones, saberes, lealtades, expectativas, búsquedas.

Siempre que pienso en Casandra trazo una línea que va desde la búsqueda de reconocimiento a la pérdida y negación; no sólo de esa búsqueda sino de su forma de existencia. El don de la profecía era la negación lógica de su posición en el mundo y Casandra pareció darse cuenta poco a poco de este hecho: dejar de ser la hija de Príamo para ser hija de la Verdad. Tremendo desgarramiento que Christa Wolf muestra en la escena en la que Casandra es encerrada en una mazmorra por desafiar nuevamente a su padre en el consejo. Poco menos que una habitación, la celda parecía más bien un útero de mimbre que Casandra se dedicó a destejer, tirando de las hebras como si fueran pellejos de piel. Día tras día, noche tras noche, mientras las carceleras escupían su comida e ignoraban su anterior abolengo: la hija del rey. Esa escena me recordó un poema bello y cruel de Paula Jiménez España, una poeta argentina:

Me pedías que hablara de ese árbol donde yo

te miraba acurrucarte,

la historia de la familia, me decías. Ahora veo de lejos tu mano temblorosa apretando la bic contra el cuaderno

y el pulso salido de la vaina por ser firme.

Yo imitaba tu letra en mi deseo infantil de cambiar

lo que en vos era vacilante o dicho a medias.

Mirando Meteoro imaginaba

la secuencia a trazos, la textura irrompible de su casco

y las facciones del enmascarado que para mí eras vos. Una noche

te soñé como un robot exacto, yo sacaba piezas intercambiables de tu cuerpo

que no podía morir.

Despierta o sola estoy

afuera de mi sueño ¿Quién dijo que del vientre de un padre

no se sale? ¿Quién jura no haber estado adentro?

Salir del vientre del padre, despellejarlo, desarmarlo a tiras como si fuera una jaula de mimbre, una identidad protegida pero asfixiante: la hija del padre ¿Quién jura no haber estado en ese vientre?

  • LA VIOLACIÓN DE AYAX

Mientras Troya caía y Casandra veía las lanzas griegas atravesar a su padre -la muerte más terrible y delicada de todas- Ayax apareció en el templo de Atenea donde la joven se refugiaba. Allí, frente a la estatua de la diosa virgen la violó despiadadamente. Esto le valió una maldición al guerrero, que murió ahogado por la furia de Poseidón. La crueldad del acto está a la altura de las vejaciones que vemos en las guerras. Muchos opinan, de hecho, que el libro de Christa Wolf se vale de aquella guerra -la de Troya- para trazar un paralelismo con la guerra fría del siglo XX.

Sin embargo, desde una perspectiva eminentemente simbólica, la violación que Apolo no logra consumar, la consuma Ayax. Desde este punto de vista, el ultraje es el acto de matanza que se necesita para nacer en una nueva vida lógica. Ese acto siempre es violento, y este mito no deja afuera esa crueldad. Casandra debe culminar lo que empezó y despertar definitivamente a la consciencia de muerte que implica su don. Tomaré unas frases de Alberto Arenales, en su prólogo al libro “Violencia del alma” de W. Giegerich:

“(…) tomando algunos ejemplos de los cuentos de hadas como Barba azul, la novia del bandolero u otras historias como El demonio de Asmodeo. Examinados aquí desde una perspectiva de la interioridad, revelan que el asesinato, la crueldad y la violencia que muestran, no son actos externos que viniendo de fuera del personaje femenino amenazan al Ánima, sino que están en la propia profundidad lógica del mismo personaje femenino; es decir, son sus propias contrapartes sizigiales internas. El Ánimus no es un ser, ni un ente, ni una parte masculina contrapuesta a la femenina, ni un perpetrador contra la víctima, tampoco el frío avance de la razón que atenta contra el corazón. El Ánimus no tiene existencia separada del Ánima, sino que existe sólo como el hiriente darse cuenta de que es ella misma un proceso viviente y que mediante esas terribles y violentas imágenes, se niega a sí misma, se autolesiona, despojándose de su imaginal inocencia para reconocerse tal como es, en su propia naturaleza urobórica, sizigial, es decir anímica vida lógica.” (A. Arenales- Prólogo a “Violencia del alma”- Vol 1 de la colección de ensayos de Wolfang Giegerich- pág. 27 y 26- 2001)

Desde esta mirada, Ayax no es un agente externo que viene a violar a Casandra, sino que es un aspecto de la propia Casandra que genera ese lacerante proceso de reflexión y consciencia que hace que la verdad retorne a sí misma. Este proceso bien puede ser simbolizado como una terrible violación. Cuando el rayo de la verdad nos alcanza, la forma de lógica vigente hasta el momento lo experimenta como una brutal irrupción en su recinto. De algún modo todos lo hemos sentido alguna vez: la verdad nunca nos deja intocados, más bien nos penetra. Y quien busca la verdad, corre el riesgo de encontrarla; dice la frase de Manuel Vincent.

En el primer momento, la joven no estaba preparada para esa toma de consciencia. Eso le valió la maldición de Apolo y el estado de disociación entre la verdad y su renegación permanente. Fueron numerosas las matanzas que Casandra tuvo que atestiguar, en carne propia y ajena (si es que existe tal diferencia) para que esa verdad se abriera paso en ella. Pero ¿acaso existe algún nacimiento sin dolor?

  • LA VERDAD

Este mito, complejo y rico -sobre el que habría muchísimo que decir- roza el núcleo de la verdad como tema arquetípico. María Zambrano, en su libro “Claros del bosque” trae el tema de la verdad como un factor pre-existente que siempre está ahí y viene a nuestro encuentro como el amor o la muerte. Dirá:

“Y al mantenerse como ella misma, la verdad con su asistencia comienza a hacerse sentir invulnerable. Y al que tan inerme despierta que algo se le presente invulnerable le despierta temor. Le descubre su vulnerabilidad; lo descubre. Pues que con sólo se sienta al descubierto, por levemente que sea, se retrae, tiende a esconderse, a retornar a su antro de ser escondido. Ya que el hombre es un ser escondido en sí mismo, y por ello obligado y prometido a ser sí mismo.” (M. Zambrano-Claros del Bosque- pág. 138)

Somos iniciados por la verdad, según Zambrano. La verdad se revela, no es algo que pueda buscarse desde “la soberbia de ese Yo fuerte”, en palabras de la autora. La verdad es “lo Otro”, el fondo sagrado de lo real con el que es necesario comulgar para no caer en un exilio metafísico. La verdad es negación. Pero nos defendemos de ella y de su temible invulnerabilidad a través de los castillos que construimos, castillos hechos de razones, frases, refugios, teorías. Para Casandra ese castillo se puede resumir en un puñado de frases: “la hija del padre, la hija del rey, la favorita”. Quien no se deja alcanzar por la verdad, iniciar por ella, preguntará una y otra vez “hasta ser él mismo poseído por el preguntador, hasta convertirse él mismo en eso, en una pregunta”, dice Zambrano. Y esa es la fórmula de Casandra en el libro de Christa Wolf, inmersa en una sociedad que llama verdad a lo que es mentira y no se deja dar caza por lo verdadero, nuestra protagonista se convirtió en pregunta. Fue pregunta hasta verse al descubierto, ya sin necesidad de agradar, de usar sus títulos y renombres, de convencer o ser validada por los demás:

“Y apenas había nacido, apenas despertado. La verdad tan sólo se da, sin temor y con temor a la vez, con temor siempre, al que se queda palpitante, inerme ante ella (…). Y al reencontrarse así con ella, ya no teme, pues que no está ante ella; va con ella, la sigue, sigue a la verdad que es lo que ella pide” (M. Zambrano- Claros del Bosque- pág. 138)

Y Casandra sigue a la verdad; verdad que la conduce a su muerte. Pero sin dudas nunca estuvo más viva.

  • POETICAS POSIBLES

Es Zambrano -también- quién dice que el logos poético está más preparado que el logos filosófico para conectarnos con la verdad. El poeta nunca crea el poema, sino que se deja tomar humildemente por ese hecho que se revela en la poiesis, sin forzamientos, sin adornos, sin complacencias hacia nadie. Ya decía William Blake en sus “Proverbios del infierno” que la verdad no puede ser dicha de modo que sea comprendida pero no creída. La verdad siempre procura una transformación interior, nunca es pura captación intelectual, manifestación de hechos o armado yoico para combatir en los escenarios de la vida.

Creo ubicar un momento, eminentemente poético, en el que la Casandra de Christa Wolf encuentra esta verdad, o la verdad la encuentra a ella. Nuestro personaje vive una temporada en los bosques, entre las cuevas. La acompañan algunas mujeres, su amado Eneas, Arisbe y el sabio Anquises. Desde aquella especie de tregua en medio de todo el desgarro, Casandra era una más entre los apartados. Nadie la trataba de modo especial, ya no era la princesa de Troya, nadie se obligaba a nada, nada cambiaba por su presencia. Desde allí la convoca su padre, Príamo, para ser parte de la peligrosa treta que quieren tenderle a Aquiles -la bestia- a costas de su hermana Políxena. Y Casandra dice no. Lo dice con todo el cuerpo, y con todo el cuerpo es arrastrada a la mazmorra de la que ya hablamos. Desde allí dirá:

“(…) no me podían hacer aquello a mí, no a mí, no a mi padre, creí que me habían enterrado viva (…) ¿Era redondo mi encierro? Redondo y revestido de trenzado de mimbre. (…) Algo que era más fuerte que cualquier otra cosa, me desgarraba a mí. (…) El qué. Todavía lo recuerdo: me quedé quieta de pronto, estuve largo tiempo sin moverme, alcanzada por la revelación como un rayo: es el dolor. Era el dolor, que sin embargo creía conocer. Ahora lo veía: hasta entonces apenas me había rozado. Lo mismo que no se tiene consciencia de la roca que la entierra a una y sólo se nota la violencia del impacto, el dolor de perder todo lo que llamaba padre amenazaba aplastarme” (C. Wolf- Casandra-pág. 133)

Hasta ese momento, la sintaxis de Casandra no había cambiado del todo. El dolor era una capa superficial, brutal de todos modos, pero no había modificado su estructura. Ahora padre estaba muriendo, estaba perdiéndose en aquel encierro comandado por Príamo. Porque todo aquello, que parecía imposible, le estaba sucediendo a ella, a la favorita. Esa caída, ese asesinato interior, es de un dolor indescriptible ¿Quién somos cuando lo que creímos ser se pulveriza porque la verdad-por fin- nos alcanza? Lo Otro se realiza y ya nada queda igual.

El siguiente encuentro con Príamo nos muestra una Casandra totalmente distinta. Su padre le pidió que se casara con Eurípilo, un posible aliado para Troya. Casandra respondió “¿Por qué no?”, pero no había heroicidad ni lealtad a su padre en la respuesta. Su padre lloró, ella reconoció que lo prefería furioso. Eso fue todo. Casandra sintió que se producía un silencio a su alrededor donde -finalmente- su voz encajaba. Ya en las últimas páginas, y después del intentó de impedir que se ingresara al letal caballo de madera a la ciudad, Casandra nos dice:

“Ahora entendía lo que el dios dispuso: dirás la verdad pero nadie te creerá. Aquí estaba aquel Nadie que hubiera tenido que creerme; que no podía hacerlo porque no creía en nada. Un Nadie que no era capaz de creer.” (C. Wolf-Casandra- pág. 140)

La contradicción hecha reflexión. La reflexión llegando hacia sí misma. El dolor y la verdad hechas carne. Voy a cerrar leyendo un pequeño fragmento de una nouvelle en proceso que estoy escribiendo. Se llama Katyusha, en honor a la pequeña niña que cantaba en el ejército ruso. En este fragmento, Katyusha le habla a su padre y a veces pienso que bien podría ser Casandra, hablándole a Priamo:

“Había que disimular. Por eso me lanzabas la pelota como si fuera un niño. Acertijos de matemática, la lógica escondida de tus cejas. Yo te obedecía como un soldado ruso, seco y preparado para el vodka. Yo te quería como quien consuma un hecho.

No hace falta repetirlo. Simplemente retrocediste. Te metiste dentro de una estatua el día que te vi llorar por vez primera. Rompí las flores sucias del comedor, vacié por fin los jarrones. En ellos volqué la deshonra.

La bebí de un sorbo, como vos al vodka viejo de la alacena, con paladar de amianto. Voy a tragar la lenta lista de razones. Voy a lamer cada miga amarga tras la cena.

Limpiar los restos, devota del cadáver. En medio de la fuga, dulcemente. Empezaste a irte de a poco. Tu iris verde plata, las oxidadas piernas, la aureola del anillo.

Solo quedó tu voz, larvada y sostenida, estrangulando mis pensamientos. La voy a tragar, como si fuera vodka áspero y filoso. Hasta la última boca.”

 LIC. ADA JIMENA MARCOS – DIRECTORA DE

 NUMEN – Escuela de Astrología y Lenguajes simbólicos –

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