Liz Greene en su famoso libro sobre este símbolo planetario, relaciona la vivencia saturnina con el cuento de La Bella y la Bestia. Es Saturno quien está como príncipe azul debajo del aspecto bestial, provocado por una maldición. Liberarse de esa maldición, romperla, transmutarla, integrarla en vivencia psíquica, es parte del trabajo de Saturno. Nunca buscando que cese el aprendizaje kármico en la existencia, pero sí que éste se integre de un modo más natural para el individuo.
Como regente de la cruz capricorniana, de la famosa escena de crucifixión de Cristo, Saturno es el que nos lleva a los callejones sin salida: agota nuestras opciones hasta obligarnos a aprender de ellas. Quizás esa capacidad de generar la encerrona que obliga a la creatividad y a la aceptación, es el don saturnino fundamental. Tomar esta cara, ver a Saturno es su verdadera dimensión más allá de lo brutal y tosco de su aspecto, rompe la maldición.